Y creíamos que estábamos mal...

viernes, diciembre 10, 2004

Este fin de semana pasado ha muerto Emilio, el hijo mayor de Maruja, el hermano mayor del primo Richi. En el hospital, un cúmulo de despropósitos, un sinfín de palabras y palabras por parte de los médicos. Un enorme agujero negro de información. En el certificado de defunción, la causa de la muerte: parada cardiorrespiratoria. Y, en el baúl , veinte años de vida de perro.

Esto lo ha escrito Rachel en su diario anoche:

Emilio casi vive en el Arcoiris, pasa las horas bebiendo café y escribiendo y leyendo. No quiere quedarse en el hotel, prefiere la calle, roto, desmadejado, envuelto en vendas y escayola prefiere la calle, prefiere la playa fría, la acera, un banco de piedra, prefiere la camaradería de los proscritos, de todos esos que salen por la noche, pequeños fantasmas que vigilan el sueño de los espectros que los creen desaparecidos en cárceles remotas o enterrados en fosas llenas de cal blanca, proscritos perturbados que alteran el orden de esta ciudad balneario, sucios drogadictos vagabundos y borrachos que se ríen cuando uno de esos espectros que llena su boca de AntiGlobalización y de Tolerancia y de Solidaridad cruzan la calle unos metros antes por si acaso, quizá uno de estos le ponga en su sitio quizá le arranque el hígado y lo asen en la playa y se lo den de comer a los perros proscritos, los perros anoréxicos que nadie quiere, perros llenos de sarna y de garrapatas. Para esos espectros Emilio no es más que un “enfermo” que necesita una cura de desintoxicación y los que le acompañan no son más que vagabundos perdedores, inadaptados sociales, fóbicos, delincuentes, quizá meterlos en un avión y soltarlos en las selvas de Borneo fuera una solución, esos mismos espectros que luego compran las tarjetas navideñas de Unicef o de la Fao o de la OMS, qué más da, son los mismos que cuando les ven cruzan y se apartan, los mismos que cuando les piden veinte euros para heroína dicen “No”. Espectros que sólo buscan la uniformidad, todo gris, todo blanco lácteo. Pero Emilio no es un proscrito ni un enfermo, es sólo un drogadicto...

No es el mismo Emilio, pero podría haberlo sido.

Ayer Jatomuxi me decía que ahora todo el mundo tiene palabras de conmiseración. “Pobrecillo”, dicen todos los que le conocieron. Incluso yo, que no lo conocí, tengo palabras de conmiseración. Pobre criatura, creo que fue eso lo que dije. Y pienso que ese hombre tenía una historia tremenda que contar. Y ahora ya nunca la conoceremos. Porque siempre es así: cuando alguien se va, entonces piensas en todo lo que no hiciste y lo que no supiste de esa persona, porque mientras estuvo viva no te interesó mezclarte en sus malos rollos de perro callejero.

Tiene que ser muy duro sentir que no eres especial para nadie.